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El Camino de Santiago en la Edad Media

Escrito por el 26 de julio de 2023

El Camino de Santiago en la Edad Media: No deja de aumentar el número de peregrinos que hacen el Camino de Santiago. Según el cabildo de la catedral, en 2022 fueron 438.000, una cifra histórica, la más alta registrada. Hoy en día, al atisbar el campanario de Puente la Reina, o el de la catedral de Burgos, o al llegar a esta ciudad y pasar por el Hospital del Rey, es difícil que el peregrino moderno no sienta que emula a los de antaño. Y en cierto modo, así es. Pero hay que explicar las diferencias, porque, si no, no haríamos justicia a la hazaña de los viatores medievales.

En sus tiempos ya sabemos que no había GPS, ni siquiera mapas; tampoco smartphones para traducir un idioma que no entendían, ni un 112 al que llamar en caso de emergencia. Por no haber, no había ni senderos señalizados… En todo dependían de la hospitalidad y la buena fe de los lugareños. En los hospicios de las órdenes hospitalarias, como los caballeros de Malta, la tenían garantizada, pero en otros lugares no tanto.

Muchas veces los hospederos trataban de estafarlos. Y si no eran ellos, el sinfín de buscavidas que pululaban por aquellas comarcas, a veces disfrazados de frailes, peregrinos, mendigos o incluso agentes de las hermandades (la policía local de la época).

En Las peregrinas cosas del Camino de Santiago (2010), el escritor Javier Leralta nos cuenta algunas de sus tretas. Una consistía en que dos individuos se paraban a la vera de la calzada haciendo como que se peleaban por una moneda de oro que en realidad era de plomo dorado. Sabían que, lleno como estaba el Camino de santurrones, alguno se ofrecería a zanjar la reyerta dándoles un par de monedas a cambio de la de oro.

Otra estafa común se producía en los peajes, que en la Europa feudal estaban por todas partes. Al pasar de un reino a otro, o incluso entre señoríos, había que cambiar moneda, y allí esperaba una colección de bribones para ver si engañaban a algún pardillo. Como explica Leralta, uno no podía ni comer tranquilo, pues había lugares en los que echaban alguna clase de somnífero en el plato. Cuando el viajero despertaba, no le quedaba ni la esclavina.

Luego estaban las enfermedades, el hambre y la posibilidad de equivocarse de sendero y acabar muerto por el frío en algún paso de montaña. Aun así, lo peor sin duda eran las bandas de asaltadores, gente muy violenta que violaba a las mujeres y llegaba al asesinato si le convenía.

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FUENTE: LA VANGUARDIA


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