Viajes penosos en pequeños barcos que también solían transportar mercancía y donde no eran pocos los robos y peleas, el hacinamiento, la humedad, la falta de higiene, las ratas, las pulgas o las chinches. Aunque lo que más temían estos peregrinos eran las tormentas y naufragios. Para disuadir a los piratas era frecuente ir en convoy. El entretenimiento más habitual, los juegos y rezos, y la comida, a base de un salazones, bizcochos y un pan especial que duraba más.
El Camino a Santiago por mar entre pirata y naufragios
Escrito por Ernesto Diaz el 5 de febrero de 2023
Los peligros de las costas gallegas quedan bien plasmados en una placa que hay a la entrada de la capilla de la Escuela Naval de Marín (Pontevedra): ‘El que no sepa rezar, que vaya por esos mares, verá que pronto aprende, sin enseñárselo nadie’. Peligros no solo en la Costa da Morte sino en cualquier travesía en aquellos inciertos barcos de la Edad Media, que dependían del viento y de no toparse con tormentas y piratas ingleses y, en el Cantábrico, también franceses y españoles.
De eso habló el capitán de navío y oficial de la Armada Juan Caamaño, gallego de nacimiento y gaditano de adopción, que ofreció la segunda conferencia del VII Ciclo Invierno Jacobeo, organizado por la Asociación Jacobea de Jaén. Un marino que conoce bien el tema, que ha estudiado las peregrinaciones de antaño y que ha escrito bastante sobre ello, «para dar a conocer que también había peregrinos por mar y que su vida no era fácil».
Motivaciones
Un peregrinar que, como es lógico, también tenía aspectos positivos y que hasta el Renacimiento fue en exclusiva por motivos religiosos, primero por miembros de la nobleza y la Iglesia, y, a partir de los siglos XII, XIII y XIV, también para conocer nuevos sitios o por razones políticas – como Cosme de Médicis – , cuando se «socializa» el comercio marítimo y mejoran los medios de navegación.
Barcos que llegaban a Galicia pero también a puertos de toda la Península y, una vez en tierra, los peregrinos emprendían el resto del camino a pie. Barcos como el que mostró en una diapositiva, del año 1738, «momento de gran auge marítimo», de 23,5 metros de eslora y que podía transportar una media de 80 a 100 peregrinos. Pagaban impuestos al embarcar, por lo que a menudo buscaban puertos francos o declaraban un pasaje inferior en número.