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El Camino de Santiago pierde su espíritu

Escrito por el 14 de agosto de 2023


Santiago de Compostela, la ciudad de piedra, se plastifica. Decenas de franquicias de comida rápida y souvenirs ocupan los espacios que antaño fueron tiendas de zapatos, paraguas, sombreros, droguerías o comestibles. La turistificación los ha devorado. Ahora son heladerías, kebab o embutidos de Salamanca. O marisquerías poblando la rúa do Franco a precios de forastero. Un paseo a cualquier hora del día (y casi de la noche) por la plaza del Obradoiro te deja boquiabierto sin necesidad de admirar la arquitectura catedralicia de un conjunto que es Patrimonio de la Humanidad desde 1985.

Cientos de mochilas, bicicletas y botas se acumulan en cualquier piedra milenaria de la ciudad, mientras sus peregrinos propietarios roncan y pernoctan en sus sacos. Cocinan e improvisan un picnic, hacen selfis en posturas acrobáticas, gritan y jalean al pie de una catedral muy fotogénica que ha visto pasar el románico, el gótico y el barroco, pero que no había visto nada igual al delirio de TikTok o Instagram. El Ave María cantado a pleno megáfono, coreografías grupales, un hombre tratando de escalar la Puerta Santa y hasta queda el recuerdo de unos caballos aparcados y defecando ante el portalón de la iglesia de Salomé, en plena rúa Nova, una de las arterias que desembocan en Platerías y la Quintana.

Todo muy alejado del silencio y el recogimiento que pregona ese viaje interior que es el Camino al que se han apuntado (por tramos) desde Juan Pablo II Angela Merkel, pasando por Martin SheenStephen HawkingDavid Bisbal, Miguel Induráin y, últimamente, Jose Luis Martínez Almeida.

El problema no termina en Compostela. Se ha estirado otros 80 kilómetros hasta Fisterra, donde el Ayuntamiento ya ha tenido que intervenir para atajar el falso ritual de quemar las botas en piras del final del Camino. Hace años colocaron paneles informativos y lanzaron la campaña Buen Camino, mejor Final, pero no sirvió de mucho y los comportamientos incívicos y quemas irregulares de ropa y calzado acabaron por causar incendios forestales y perturbar la paz de un pueblo de 4.000 vecinos da Costa da Morte, el último en despedir al sol en el arco atlántico europeo. Se han prohibido las quemas y colocaron contenedores para recoger los textiles que los caminantes desechan.

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FUENTE: EL CONFIDENCIAL



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