La epopeya de llegar vivo a Santiago
Escrito por Ernesto Diaz el 11 de noviembre de 2022
Florent Boullier hizo un par de nudos al hato en el que había metido unos mendrugos y las pocas prendas que se llevaría, se ajustó las correas de los borceguíes con sumo cuidado para no dañar la piel de los tobillos que ya apenas sentía, cerró la puerta del cobertizo que tenía como vivienda y echó a andar. No dejaba a nadie detrás: sus padres habían fallecido con dos días de diferencia y había perdido a su esposa, quemada en la hoguera, después de que fuera acusada de brujería en el juicio sumarísimo al que fue sometida junto a las monjas ursulinas del convento en el que servía.
Desde que se casaron, ella había preñado en cinco ocasiones, pero había abortado en cuatro de ellas; no pudo amamantar a la única niña que parió viva porque de sus pechos no brotó ni una gota de leche y, a falta de alimento, la pequeña murió a las pocas semanas de nacer. Sus espasmos, trances y bailes descontrolados junto a la incapacidad de tener hijos sanos eran pruebas evidentes de posesión demoníaca, y por ello el dominico que la sentenció al fuego no se anduvo con contemplaciones.
Florent había decidido emprender el camino a la abadía de Sant Antoine-en Viennois, cerca de Grenoble, desde su Loudun natal —a unas doce jornadas hacia el sureste— donde se encontraban los restos de san Antonio Abad, el santo milagroso que curaba el fuego sagrado o fuego de san Antonio que ya afectaba a sus piernas. Corría el año 1634 y albergaba pocas esperanzas de llegar con vida al hospital de los Hermanos Antoninos, cuya fundación se atribuía a la promesa hecha por Gaston de la Valloire después de que su hijo Guérin se curase de lo que hoy se conoce como ergotismo, un mal que producía gangrena, fuertes dolores similares a los de las quemaduras y la pérdida de los miembros afectados.
Los antoninos se especializaron en el tratamiento de estos enfermos y llegaron a fundar más de trescientos setenta hospitales, conocidos como hôpitaux des démembrés por la manera en la que se presentaban los que buscaban amparo y curación, y por los exvotos naturales que cubrían sus paredes siguiendo la costumbre de colgar de ellas las extremidades caídas, ya secas o amojamadas, que componían las estampas gore o cuadro de los horrores que el viajero encontraba al llegar. Los hermanos hospitalarios y la imagen del propio santo lucían una tau griega en sus hábitos, quizá en referencia a las muletas usadas por los tullidos aquejados de este morbo a los que atendían.
FUENTE: JOTDOWN
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