La Mochila del Peregrino: Tu Mejor Amiga… y Tu Peor Pesadilla
¡Ah, la mochila! Esa fiel compañera que, al inicio del Camino, parece una extensión de tu propio cuerpo, llena de ilusiones y calcetines limpios. Pero no te engañes, peregrino, porque esa misma mochila se convertirá, kilómetro tras kilómetro, en un ser con vida propia, decidido a poner a prueba cada fibra de tu ser y cada centímetro de tu paciencia.
Al principio, la llenas con la devoción de un artesano: «esto es esencial», «esto me vendrá bien», «¡por si acaso!». Metes el chubasquero, tres pares de calcetines, la guía, el botiquín, la cámara, un libro, el pijama de seda (porque quién sabe), y ese mini-altavoz para animar el cotarro. La pruebas, das unos saltitos… ¡perfecta!

La Mochila del Peregrino: Tu Mejor Amiga… y Tu Peor Pesadilla: Pero el sol aprieta, la cuesta no termina nunca, y tu mochila, de repente, se ha transformado en un mamut lanudo cargado de ladrillos. Cada paso es un «¡Ay, mi espalda!», cada ajuste de correas un «¡Por favor, que alguien me quite esto!». Descubres que ese pantalón extra pesa como un lingote de oro y que el champú sólido, aunque ecológico, parece hecho de plomo.
Es entonces cuando empieza la negociación interna: «¿Necesito realmente este cepillo de dientes eléctrico o puedo conformarme con una ramita?», «¿Es imprescindible esta segunda camiseta o puedo darle la vuelta a la de ayer y disimular?», «¿Mi gel de ducha favorito o una pastilla de jabón multiusos que sirva para todo, incluyendo lavar la dignidad?». Y así, poco a poco, te conviertes en un maestro del desapego material, tirando cosas en las papeleras de los pueblos como si fueran reliquias malditas.
Al final del Camino, tu mochila no es un objeto, es una extensión de tu alma curtida. Está manchada de barro, huele a «esfuerzo acumulado» y sus correas tienen la forma perfecta de tus hombros doloridos. Pero, al verla vacía en el Obradoiro, sientes una extraña mezcla de alivio y nostalgia. Porque, a pesar de todo, esa pesada carga te ha acompañado en cada paso de una aventura inolvidable. Y sí, la próxima vez, juras que solo llevarás un cepillo de dientes… ¡y de bambú!
¡Buen Camino y que tu mochila sea más ligera que tus penas!